lunes, 14 de diciembre de 2009

SOBRE DOGMAS Y OTROS ALUCINOGENOS

Me cuesta muchísimo tomarme en serio mi propia visión de las cosas, cuando sé que la realidad que percibo todos los días es sólo una de entre muchas, casi infinitas, y no vale ni más ni menos que cualquier otra; una realidad que es inseparable de los equilibrios (o desequilibrios) químicos en nuestros cerebros, que está sujeta a nuestros cambios de humor y está atornillada a nuestros vaivenes filosóficos. Una realidad, a fin de cuentas, en la que no podemos confiar, a la que no podemos aferrarnos con fuerza y convicción. Así es como acaba una persona cuando se le derrumban todos los pilares ideológicos, esto es lo que queda; soy el ejemplo perfecto de lo que pasa cuando el pensamiento termina flotando en gravedad cero. Descubro, con dolor y desesperación, que no soy mucho sin esos pilares, y descubro también, con muchísimo más dolor y desesperación, que esos pilares una vez que caen se destrozan contra el suelo, se hacen pedazos y son totalmente irrecuperables. Cada tanto me enfrento a la incómoda situación de ver cómo algún amigo intenta pegar esos pedazos, y volver a acurrucarse bajo la falda de la religión, del estatus social o de cualquier otro dogma. Es triste y patético verlos reconstruyendo lo que alguna vez fueron, como actores representando un personaje, como si jugando con autitos de juguete pudiéramos revivir la infancia en toda su gloria, abarcando todas sus sensaciones. Si yo jugara con autitos de juguete ahora, de grande, seguramente no lograría mucho más que verme como un chiquilín. Así se ve la gente que intenta volver a sus antiguos dogmas, como chiquilines. Chiquilines ideológicos, filosóficamente retrógrados. Y para evidenciar aún más lo débiles que son las convicciones recicladas, por lo general tardan poco en volver a la nada, a ese vacío monoteísta en donde sólo el caos cumple el papel de dios. Porque fingir cansa más que aceptar las cosas, la incomodidad de mentirse está apenas por encima de la incomodidad de aceptar la ausencia de verdades.

Pero todo esto sólo aplica para gente honesta, gente que le escapa al autoengaño como la peor de las pestes; entonces quizá esto no aplique para nadie, quizá sea sólo una fórmula fantasma, que espera sentada a que algún día lleguen sus variables.

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